a. ¿Qué nos dice la Biblia de ella?
Estudiando la historia de la iglesia en Filipos, encontramos un relato de la asombrosa gracia de Dios en la vida de una mujer. Su nombre es Lidia. Ella era vendedora de telas de púrpura –mercancía muy exclusiva por su costosa coloración– y provenía Tiatira. Aunque era jóven y gentil, Lidia se había adaptado y la vez adoptado a las prácticas judías. Hechos 16 nos comenta cómo, en el día de reposo, ella se congregaba en el lugar de oración para adorar a Dios.
13 Un sábado, fuimos a la orilla del río, en las afueras de la ciudad. Pensábamos que por allí se reunían los judíos para orar. Al llegar, nos sentamos y hablamos con las mujeres que se reunían en el lugar. 14 Una de las que nos escuchaba se llamaba Lidia, una mujer que honraba a Dios. Era de la ciudad de Tiatira y vendía telas muy finas de color púrpura. El Señor hizo que Lidia pusiera mucha atención a Pablo, 15 y cuando ella y toda su familia fueron bautizados, nos rogó: «si ustedes consideran que soy fiel seguidora del Señor, vengan a quedarse en mi casa.» Y nos convenció. Hechos 16:13-15 TLA
b. En contexto
Lidia no sabía lo que sucedería ese día. Ella nunca se imaginó que tendría un encuentro que cambiaría su vida por completo. Y lo que encanta de esta escena es que cada detalle fue orquestado por la providencia divina. Pablo iba en una dirección diferente:
Pablo y sus compañeros intentaron anunciar el mensaje de Dios en la provincia de Asia, pero el Espíritu Santo no se lo permitió. Entonces viajaron por la región de Frigia y Galacia, y llegaron a la frontera con la región de Misia. Luego intentaron pasar a la región de Bitinia, pero el Espíritu de Jesús tampoco les permitió hacerlo. Entonces siguieron su viaje por la región de Misia, y llegaron al puerto de Tróade. Al caer la noche, Pablo tuvo allí una visión. Vio a un hombre de la región de Macedonia, que le rogaba: «¡Por favor, venga usted a Macedonia y ayúdenos!» Cuando Pablo vio eso, todos nos preparamos de inmediato para viajar a la región de Macedonia. Estábamos seguros de que Dios nos ordenaba ir a ese lugar, para anunciar las buenas noticias a la gente que allí vivía. Salimos de Tróade en barco, y fuimos directamente a la isla de Samotracia. Al día siguiente, fuimos al puerto de Neápolis, y de allí a la ciudad de Filipos. Esta era la ciudad más importante de la región de Macedonia, y también una colonia de Roma. En Filipos nos quedamos durante algunos días. Un sábado, fuimos a la orilla del río, en las afueras de la ciudad. Pensábamos que por allí se reunían los judíos para orar. Al llegar, nos sentamos y hablamos con las mujeres que se reunían en el lugar. Una de las que nos escuchaba se llamaba Lidia, una mujer que honraba a Dios. Era de la ciudad de Tiatira y vendía telas muy finas de color púrpura. El Señor hizo que Lidia pusiera mucha atención a Pablo, y cuando ella y toda su familia fueron bautizados, nos rogó: «si ustedes consideran que soy fiel seguidora del Señor, vengan a quedarse en mi casa.» Y nos convenció.
(Hechos 16:6-15 TLA),
Pero el Espíritu no le permitió continuar y luego tuvo una visión en la que un hombre de Macedonia le pedía ayuda. El apóstol se convenció de que necesitaba ir a anunciar el evangelio a ese lugar. Llegaron a Filipos, y en el día de reposo fue justo al lugar donde Lidia se reunía con las mujeres a orar.
Pablo y Silas llegaron a compartir la buena noticia de salvación. Lidia escuchó y Dios hizo lo que solo Él podía hacer: abrir su corazón para que ella creyera en Cristo. En ese momento ocurrió el mayor de los milagros; ella recibió salvación eterna y fue adoptada en la familia de Dios.
Lidia era comerciante, vendía telas muy finas, de gran valor, esto nos hace suponer que tenía una situación económica muy acomodada. Antes de escuchar el mensaje de los apóstoles, la Biblia dice que ella ya honraba a Dios. Ella era una mujer sabia, temerosa, organizada (era comerciante), laborioso, acostumbrada a los desafíos del comercio, pero en medio de todo ese ambiente, honraba a Dios.
Ese día Lidia se levantó y se preparó como lo hacía en cualquier otro día. Fue a la orilla del río donde se reunía con las otras mujeres, probablemente para preparar los productos, platicar un poco y disfrutar del día. Lo que no sabía era que ese día iba a ser diferente. Unos hombres extranjeros llegaron al lugar donde estaba junto a otras mujeres. Empezaron a hablar de un tal Jesús de Nazareth y al oír la predicación de los apóstoles fue impactada.
Todo lo que aquellos hombres decían cobró sentido en su corazón y ella y toda su familia se entregaron a Jesucristo. Inmediatamente empezó a tomar decisiones importantes, rogó insistentemente a los apóstoles para que se hospedaran en su casa y lo logró.
Ese encuentro con los apóstoles marcó su vida para siempre. ¿Qué experiencias han marcado tu vida y tu relación con Dios?
Pablo fue obediente al llevar el evangelio a los de Macedonia y Dios fue fiel en abrir los corazones y salvar. Ni Lidia ni Pablo abrieron el corazón. Dios lo hizo. ¡Qué gloriosa esperanza! El Creador del universo está activamente obrando en los corazones, atrayendo con ternura a pecadores que no merecen su amor. El mismo Espíritu que levantó a Cristo de la muerte es el que trae a la vida a quienes Dios abre sus ojos. ¡Grandioso milagro!
- Su espíritu extraordinario
Lo primero que Lidia hizo después de su conversión y bautismo fue servir. Dios abrió su corazón y ella abrió las puertas de su casa para el avance del Reino.
“Cuando salieron de la cárcel, fueron a casa de Lidia, y al ver a los hermanos, los consolaron y partieron”, Hechos 16:40.
Aun en medio de los disturbios en la ciudad por las manifestaciones del poder de Dios (Hechos 16:16-40), Lidia recibió a Pablo y sus compañeros para que fueran consolados y animados a continuar con su misión. ¡Qué hermoso ejemplo de servicio! Nuestros hogares pueden ser usados como un centro para el avance del evangelio, mi hospitalidad puede servir para fortalecer a otros en la misión de hacer discípulos.
Como nos enseña la vida de Lidia, preparémonos pronto para llevar el evangelio, descansemos en que es Dios quien abre los corazones, y usemos nuestros hogares y recursos para avanzar en la obra de Dios en nuestro medio y para animar a otros a unirse a la misión.
Si Dios es quien orquesta la salvación, yo puedo compartir el evangelio con la confianza de que Él hará el trabajo que ningún ser humano puede hacer. Me quita el peso de la decepción o el miedo de no tener un buen desempeño. Hay muchas Lidias que el Señor ha puesto a mi alrededor. Ellas solo necesitan escuchar la verdad, y Dios se encargará de darles vida en Cristo.
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